“La victoria de los perdedores”

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La guerra entre Hamás e Israel no empezó el 7 de octubre de 2023. Ese día fue uno más de la eterna confrontación que entablan quienes no reconocen el derecho de los judíos a un Estado independiente, aquellos que les niegan a los judíos su carácter de nación. Algunos los reducen a una religión monoteísta; otros los pretenden someter a su desaparición.

El objetivo principal del 7 de octubre se ha conseguido: Israel ha venido siendo criticado y condenado. A la fecha, la desesperante situación que vive Gaza no se le atribuye al secuestro y asesinato que tuvo lugar en la fatídica fecha antes mencionada. Tampoco se hace mucha mención de los secuestrados, vivos o muertos. Se ha montado a nivel internacional una fuerte y exitosa campaña que muestra a Israel como una cruel y desalmada potencia.

Israel es el producto de una decisión de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947. De no haberse decidido la partición del Mandato Británico de Palestina en un Estado judío y otro árabe, igual el ímpetu del movimiento de liberación nacional judío habría hecho realidad el Estado de Israel. Pero para los detractores de Israel, deslegitimarlo y utilizar a las Naciones Unidas en la aventura resulta de un valor supremo.

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La catástrofe que Gaza ha sufrido por su apoyo a Hamás no le importa en absoluto a ese grupo terrorista, que ahora es premiado con una “victoria” pírrica e intrascendente por parte de países occidentales
(Foto: AP)

Y precisamente en estos días, cuando tendrán lugar las intervenciones de los mandatarios de los países del mundo en la Asamblea General de las Naciones Unidas, un Israel desprestigiado y muy abandonado a su causa de seguridad y rescate de sus rehenes, recibirá la bofetada del reconocimiento de un Estado palestino por parte de muchos países, algunos de ellos considerados de primera línea como el Reino Unido y Francia. Australia y Canadá no se quedarán atrás, y la España de un Sánchez que deplora no tener armas nucleares para atacar a Israel, lleva una voz cantante que parece más cónsona con el siglo XV que con la realidad actual.

Un Estado palestino sin fronteras definidas, sin acuerdos previos, y con una infraestructura muy desarrollada de enfrentamiento con su vecino Israel, sin ningún compromiso respecto a la situación de la Gaza gobernada por Hamás, sin posición definida que abogue por la liberación de los rehenes, es un premio a la acción del 7 de octubre de 2023. La decepción en Israel ha de ser muy grande, pues desenmascara los ánimos verdaderos que se tienen para con el pequeño Estado.

Siendo así, no está para nada fuera de lugar la comparación que el primer ministro Benjamín Netanyahu hizo el pasado lunes 15 de septiembre de 2025. Israel está muy solo, aislado. Pareciera que solo se tiene a sí mismo para defenderse, que los tiempos futuros significarán más aislamiento y boicot. Como la Esparta de la antigua Grecia, sus fuerzas militares deberán ser invencibles, de lo contrario se acabará el país.

La verdad sea dicha, no es nuevo esto de que Israel sea la Esparta de nuestros días. En las distintas guerras se puede decir que, a pesar de la ayuda de Estados Unidos y de otros en su momento, las victorias militares se alcanzaron gracias al sacrificio y la sangre de los soldados de Israel, de las víctimas de su población civil. Además de haber estado sometidos frecuentemente a boicots que complaciesen a sus adversarios más ricos y poderosos. No mencionemos a los helados Ben & Jerry de hace poco, o a las bebidas gaseosas. Estos boicots hasta de beneficiosos se podrían catalogar, pues bajan el consumo de grasas y azúcares en la población.

Pero hubo boicots mucho más peligrosos y dañinos, como los embargos de armas necesarias para la supervivencia, las compañías grandes del mundo que decidieron no comerciar ni tratar con Israel obligando a una autarquía forzada en momentos en que la situación económica, a diferencia de la actual, era francamente precaria. O las prohibiciones de tocar puertos o aeropuertos en tránsito a buques y aviones con mercancías para Israel. Ante la perspectiva del mar a las espaldas, la opción espartana luce obligatoria.

Esta Esparta del siglo XXI ha sido vencida por aquellos que derrotó. La destrucción de Gaza, los túneles de la muerte tapiados o abandonados, los daños directos y colaterales, han conseguido la victoria deseada. El precio no ha sido impedimento. Israel se ve acorralado por países serios y que pertenecen a un primer mundo cómplice y complaciente, decidido a apaciguar antes que disuadir. Negociar antes que imponer justicia.

En la agenda de los victoriosos perdedores no se habla de secuestrados ni de rehenes a devolver. El premio mayor será el reconocimiento de un Estado que ya existe de facto en dos enclaves que no se entienden, pero que comparten a su enemigo común con furia y odio.

Esparta confía en su preparación, en su habilidad y en su soledad no elegida. La victoria de los perdedores es en otro terreno.

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