“Rendición incondicional”

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Las guerras son un enfrentamiento mortal entre dos partes, dos bandos. Todas son crueles, responden a la sinrazón humana de no entenderse, la incapacidad de coexistir. Pero también pueden ser un enfrentamiento entre el bien y el mal. Porque ambos han estado presentes en nuestro mundo, también en nuestros días.

En enero de 1943 tuvo lugar una importante conferencia en Casablanca, Marruecos. Allí se vieron las caras Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill. La Segunda Guerra Mundial duraba mucho, y también faltaba mucho para concluirla. El Eje era muy poderoso, Alemania no se amilanaba.

La historia la escriben los vencedores, y quizás poco se recuerda de la Conferencia de Casablanca y su importancia. Se agradece siempre a Marruecos la noble posición de su monarca, Mohamed V, quien no entregó sus judíos a la Francia de Vichy, y se deja algo de lado que Roosevelt logró dar a los aliados un sentido importante y sólido de misión justo en esa conferencia, en ese mismo país. Tomando las palabras del general Ullyses Grant en la Guerra Civil Americana en 1862, Roosevelt señaló que los aliados seguirían combatiendo en la Segunda Guerra Mundial hasta la derrota completa del enemigo, y no aceptarían nada menos que la rendición incondicional.

Conferencia-de-Casablanca rendición

Los protagonistas de la Conferencia de Casablanca de enero de 1943 (izq. a der.): general francés Henri Giraud, presidente estadounidense Franklin Roosevelt, general francés Charles DeGaulle y primer ministro británico Winston Churchill
(Foto: Wikimedia Commons)

Vista luego de ocho décadas, esta posición de Roosevelt, que fue concertada también con Churchill y bienvenida por Stalin, significó que el objetivo de la guerra no fuera una paz inestable, ni tampoco la convivencia con la Alemania nazi —que quizá habría negociado una derrota honorable y no una derrota total—, parece muy natural. Sin embargo, no fue nada trivial.

El mundo de antes y durante la Segunda Guerra Mundial tenía también sus intereses en una Alemania que funcionase, sin mucha consideración con los crímenes de lesa humanidad que cometía. Bancos suizos tenían importantes operaciones en Alemania; muchas empresas del mundo entero, incluyendo de Estados Unidos, tenían negocios también con los alemanes. Una Alemania funcional, que pudiera seguir haciendo negocios y generando riqueza a propios y terceros, era para algunos preferible a una Alemania derrotada. Un acuerdo de paz, o algo menos que una rendición total, podría dejar en acción a un Hitler y unos nazis más potables, igualmente mortales y con una ideología del mal.

Roosevelt adoptó una política de cero tolerancia con el mal. Churchill también. Había consideraciones que atentaban contra la decisión de perseguir la rendición total. La exigencia de rendición incondicional podría significar que los alemanes se atrincheraran en su posición y se vieran motivados a luchar con más ahínco. Las bajas en vidas de militares y civiles, y las pérdidas materiales, serían considerables —y así lo fueron— para lograr la rendición de un enemigo que representaba y actuaba como el mal personificado. Visto hoy, luce lógico que la Conferencia de Casablanca haya adoptado tal postura. En su momento no fue tan evidente. Stalin se tranquilizó por la decisión tomada, su lucha en el frente ruso era muy dura y quizá temía que ingleses y americanos lo dejaran solo frente a los alemanes en alguna circunstancia.

El objetivo de los aliados quedó claro en la Conferencia de Casablanca, algo muy importante para todos: los militares involucrados, las sociedades de los países aliados, y también el enemigo. No habría condiciones atenuantes contra la ideología del mal. ¿Qué habría sido del mundo si en vez de derrotar a los nazis se hubiera llegado a algún acuerdo que hubiera permitido que siguiesen gobernando Alemania? En nuestros días esto es impensable, pero en su momento hubo posturas que señalaban conveniente negociar con los nazis, o no intervenir en sus guerras si no afectaban directamente los territorios o intereses directos de los países a involucrar. El costo de enfrentar y derrotar a Alemania, al Eje conformado también por Japón e Italia, fue muy alto. Privaron las consideraciones del largo plazo antes que la conveniencia del momento.

Churchill en su momento criticó a Chamberlain cuando pactó con Hitler. Al preferir el apaciguamiento a la disuasión real, el mundo se ahorró unos malos ratos en el corto plazo, pero pagó con creces la postura asumida. Con sangre, sudor y lágrimas, como dijo el mismo Churchill.

No todos han aprendido la lección de exigir una rendición incondicional en determinadas situaciones y circunstancias. Quizá conviene revisar la historia con más cuidado… las condiciones del momento lo exigen.

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